sábado, 7 de marzo de 2020

Dalia azul

Desierto del mar,
del viento,
de la tierra,
del fuego que me quiere ver arder,
huyo de las dunas de mi pensamiento
de las tormentas de arena que obstruyen mis ojos,
y no me permiten ver el terreno llano,
no dejan a mi mirada yacer bajo esta luna del desierto.


No sé qué porvenir se halla a mi espera,
el refugio en el desierto de Lut,
o el gélido lago siberiano Baikal,
solo huyo de lo más frío,
y de lo más cálido,
de lo oscuro de mi ser,
y de la soledad de la luna,
de la tristeza albergada en mi interior desde que la Pangea desapareció,
desde que descubrimos que el 84’5% del universo es masa oscura,
de calcular todo, y tener una exactitud exquisita en todo,
desde que necesitamos materializar todo aquello del alma 
que para el mundo no es transparente,
desde que nos creímos con derecho de robarle a la sensibilidad su intimidad,
y convertirlo en producto.


Huyo de poder llegar a convertirme en todo lo que detesto,
y huyo para que el mundo jamás logre robarme la sensibilidad,
porque la intimidad, en una sociedad transparente, es una idea ingenua.


Porque yo sigo esperando el tulipán negro y la dalia azul de Baudelaire,
y aspiro a ser su Bella Felida,
anclada entre tiempos paralelos,
porque a la vez
deseo ser la mujer sin miedo,
descrita por Galeano,
y vivir sin miedo,
y sin miedo que el mundo me achique el alma,
como bien describía él.

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