jueves, 12 de marzo de 2020

A la poesía

Fiel y soberbia compañera…


yo
y otros pocos
 sabemos que no eres sinónimo de paz,
no hablas de la clemencia,
al menos la que no sea con uno mismo,
no santificas a los bondadosos,
no adulas a los virtuosos,
ni ensalzas las voces de las beatas,
ni de los apóstoles.


Más bien nos escudas a nosotras,
las hijas de Medea,
y los hijos de Meristófeles,
y es algo que los buenos buenísimos aún no han comprendido,
y se niegan a reconocerlo.


Fiel y altiva compañera…


Han difamado tanto tu nombre,
que pronunciarlo resulta tan insustancial,
ya no sabes a fe,
ya no ofreces asilo a los noctámbulos,
pero aguarda
fiel compañera,
pronto se darán cuenta,
que tú no eres Dios para predicar paz,
y obsequiarnos con la salvación divina,
(que no la queremos)
eres la voz 
de nosotros los pecadores,
los insensatos,
los vanidosos,
los exiliados,
los que hemos visto de cerca el portón del infierno,
escondidos detrás de Dante,
y hemos leído con los ojos abiertos: Bienvenido al dolor eterno.


Dante fue acompañado por Virgilio,
pero nosotros los abandonados,
los prescindibles,
únicamente te teníamos a ti,
compañera invisible y astuta,
no fuimos transformados en árboles 
para que esas arpías nos piquen,
porque antes que suicidas,
somos los indomables,
los tiranos,
los arrogantes que volvemos siendo más repudiados que nunca,
y eso,
- en cierto modo -
nos agrada,
y por eso tú,

nos amparas.

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