miércoles, 13 de mayo de 2020

Verdugo


Los espíritus del anochecer me han vuelto a hablar,
a tantear,
a tentar,
a intentar que los culpables de las pesadillas incesantes cumplan con la némesis
más adecuada, la más perentoria. 

Y yo,
 hipócrita de mí,
 intento aferrarme al candor del último llanto inocente que me queda,
pero persisten las noches de puertas golpeadas,
y recuerdos difusos de unos años donde el verdugo mató mi ingenuidad,
le manchó el rostro de sangre impura, 
y su mirada ya se vio corrompida,
y al estilo de García Márquez, 
me despedí de ella por siempre jamás con un beso en la frente.

Persisten las noches de temblor,
de escalofríos condenantes,
y de lágrimas que me mojaban el rostro con deshonor,
mientras el rostro que observo en el espejo me vocea:
culpable.

Y el verdugo siguió apuñalando año tras año,
la inocencia, la lucidez, el ímpetu de mi florecer,
las ganas de vivir,
y el cuchillo era cada año más afilado,
y año tras año cicatrizaban las heridas invisibles,
mientras otras supuraban,
y en las pesadillas hay dos verdugos que me persiguen ahora:
él y yo.

Y después de tanto ansiolítico,
tantas ojeras que acarrean consigo noches con relatos de novela negra,
tanto cliché de película dramática: alcoholismo y violencia,
después de soñar sudando miedo y muriendo en sueños,
y despertar en la morgue de los recuerdos traumáticos,
últimamente cuando aparecen los espíritus del anochecer,
ya no los ignoro,
y dialogamos y se ríen de mí por creerme verduga de algo,
y apaciguan mis pesares,
porque siempre al final de la noche,
al final del pasillo aparece el verdugo,
con andares tan patéticos,
pero con la mirada desafiante,
con sed de apuñalarme una vez más,
y justo ahí me dejo mecer por la penumbra,
y me dejo asesinar por enésima vez,
y dejo al verdugo ganar y que se vaya a dormir satisfecho,
pero su condición no le deja irse sin más,
así que se gira para ver las migajas que quedan de mí al suelo
y sonríe,
y entonces,
lo ejecuto.

Muerto el verdugo, se acabó la condena.

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