sábado, 16 de mayo de 2020

Nada aniquiladora

Qué extraño este parecer,

qué extraña esta forma de desertar de la profundidad del vacío

ya no extraño las manos de esos que solían decirme que no hay nada sin mí,

pero todo conmigo,

no extraño la nada,

cada vez extraño menos todo

solitaria como el esquimal en su iglú

los ojos temblorosos,

lágrimas de aguanieve que castigan mi rostro con muecas largas y frías,

mirada gélida como agua de río,

corazón siberiano que busca el calor allí fuera,

lugar de inviernos largos y desiertos,

 y miradas llenas de inexistencias que no dicen nada,

ojos desiertos que renunciaron a todo.


Este paisaje donde la nada reina con magnificencia,

y eso para alguien con pensamientos eternos 

es una realidad insoportable,

me aniquila día a día,

y cada vez digo menos,

pero hablo más,

y callo más,

y albergo dentro este tormento en silencio

y le recito estos versos afligidos buscando un ápice de tregua

y me amparo en él cuando tirito estos sentimientos huecos,

arrastrando mis años de todo desde lo más profundo 

de esta ánima casi difusa y muda entre tanto humo de realidades tan banales

y mi tormento aúlla buscando consuelo en mi consciencia,

o en la luna,

que hace tiempo dejó de compadecerme,

pero aún así me sigue repitiendo: ¿qué ocurre en ese suspiro asfixiado, en esas manos inquietas, en esa mirada desconsolada y en ese corazón huérfano de calor y secuestrado por la frialdad de tu melancolía?

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