sábado, 16 de noviembre de 2019

Crisis cíclicas y recesión

La niña no estaba preparada.
La niña no quiso nunca estar preparada.


Tiempos difíciles, en tiempos remotos
madre siempre se lo decía, le advertía:
“no somos como ellos, nunca seremos como ellos”
Y nunca lo entendía, ¿qué se supone que los diferenciaba tanto de ellos?


Tuvieron que venir años con más años,
cargados de días donde estaban con el dinero con cuentagotas,
dosificando el dinero,
maximizando el grisáceo de sus ojos,
con la espalda cada vez menos erguida,
con las manos de madre cada vez más desgastadas,
con la ilusión cada vez más tenue,
madre les advirtió.


Tiempos difíciles, ya pasarán. 


Cuando el dinero salía por la puerta,
el amor de la madre nunca saltó por la ventana,
y con ella su lema de siempre:
“no somos como ellos” 
y cuando pasaron los años,
y la niña empezó a anclar los pies en la tierra,
y a abrir bien los ojos y apretar bien el puño,
madre ya no adornaba sus palabras:
“hija, somos pobres y ya está”.


La niña detestaba las palabras de madre,
ella se negaba a encerrarse bajo ese lema y no poder escapar de él,
pero cuando los tiempos difíciles nunca pasaron,
cuando vinieron semanas acompañadas de facturas,
de deudas,
de despidos,
de cuentas en rojo 
y demás
cuando vio que los días más fríos del invierno 
se arropaban con mantas de siete euros
y si acaso,
un edredón,
porque otra factura más era un suicidio económico.
En esa casa no había calefacción, había el calor de la madre.
Cuando vino todo aquello, y seguía viniendo,
la niña empezó a comprender.


Cuando la niña vio que las crisis cíclicas, 
esas que tanto estudiaba y criticaba,
llevaban años hospedadas en su casa
dícese recesión y depresión,
y lo segundo caló más hondo,
en dinero y corazón.


Cuando madre enfermaba por trabajar en exceso,
cuando los suspiros eran largos y agrios al ver los papeles con números,
cuando el miedo al abismo
y el miedo al porvenir llenaba la casa de malos espíritus,
madre encendía sus velas y rezaba al Santo de los pobres y afligidos,
porque así era su día a día,
pobre y afligida,
y las velas daban un poco de luz y esperanza en esa alcoba oscura y fría.


La niña empezó a abrir los ojos para no poder cerrarlos nunca más,
y se extinguieron los sueños superficiales,
y perecieron las apariencias,
las ganas de aparentar,
las ganas de parecerse a ellos.


Comprendió después de años con días de suspiros amargos,
después de semanas de carritos de compra nunca llenos,
después de esas vacaciones que nunca tuvieron,
comprendió las palabras de madre,
comprendió quiénes eran ellos,
comprendió porqué no eran como ellos.

Barrotes invisibles, 
limosnas que les escupían mientras ellas tenían que mostrarse gratas,
y serviciales,
sobre todo lo segundo,
y atrévase alguna a rechistar,
que bastante les daban ya,
de sobras tenían ya, 
encima para que se quejen,
"estas inmigrantes…"


De las sobras vivían cierto es,
las ojeras crecían y crecían,
prosperaban como la riqueza de ellos,
y empezaron las pastillas para dormir,
y los contratos inexistentes,
y si el Santo de los pobres y afligidos había escuchado las oraciones de madre,
las bendecían con contratos temporales,
los servicios sociales, la mala conducta, 
y el afecto,
que cada día era más escaso,
como el pan,
y el trabajo.


Le costó años, y días de sabor acre,
llantos y la escasez de cariño
recetas médicas para la espalda y la ansiedad,
pero finalmente la niña comprendió todo.


Y no fueron los libros,
que también,
no fueron las teorías y ensayos escritos por esos revolucionarios con barba del siglo XIX,
no fueron los documentales ni los libros de teorías políticas y económicas
lo que hicieron a la niña detestar el sistema, 
no fueron las letras las que germinaron en ella las ganas de ver perecer este sistema 
despiadado e inhumano que masacra a diario la cotidianidad 
y la alegría
y el afecto de las madres y las niñas.


El espíritu rebelde, revolucionario nació en la niña por lo que ella había comprendido esos años,
por las palabras de la madre,
por todo lo que había contemplado en esos días amargos,
por ver las velas del Santo siempre prendidas,
y por arroparse del frío siempre con el lema utópico de "son tiempos difíciles, ya pasarán".

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