El cielo gris sobre nuestros párpados,
el presente hiriente con sus castigos dictados,
la tristeza en nuestros ojos aguados
por un futuro incierto y negado
por unos rostros abandonados.
Y sí,
pendulamos entre los sueños cotidianos y nuestros deseos oscuros que este mundo nos ha permitido tener,
y de las pocas cosas que podemos tener,
porque lo más oscuro que hemos permitido que hagan,
es condenarnos a balancear en un limbo donde no aspiramos a nada,
y la nada es jodidamente aniquiladora
pero es el presente que nos han permitido.
Avanzar en retroceso. Nadar en arenas movedizas.
A regalar nuestro tiempo,
peor aún,
a vender nuestro tiempo,
y con él,
nuestra lucidez,
nuestros sueños rotos,
nuestra manos gastadas,
como éstas,
que el desgaste es patente
porque escribir la miseria del día a día significa hojas,
y hojas de tinta,
desgaste de manos y mente.
La miseria es nuestra,
el cansancio,
las horas muertas,
las ojeras marcadas,
la voz cansada,
los suspiros de aflicción
son única y exclusivamente nuestros.
Porque el tiempo ya no.
La pluma, el papel, la melodía triste,
el pan negro, las facturas
y el invierno sin edredón
es nuestro.
Pero nuestra vida no.
Y eso es algo imperdonable,
eso es algo que surca en los mares de nuestras conciencias,
y va bombeando en nuestros corazones hasta desembocar en rabia,
en una rabia que sí es nuestra.
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